domingo, 2 de agosto de 2009

Entrevista con Elisabetta Garzia para su Tesi di Laurea Triennale


Entrevista realizada por Elisabetta Garzia (estudiante de Idiomas y Literaturas Extranjeras en la Universidad La Sapienza de Roma, Italia) al escritor mexicano Óscar de la Borbolla, en octubre de 2006:



EG: Sabemos cuando nació Óscar de la Borbolla como hombre y como filósofo; pero, ¿ ¿cuándo y cómo nació Óscar de la Borbolla como escritor?

Ó de la B: Mi nacimiento como escritor ha sido múltiple y ha obedecido a distintos contextos, razones y niveles de autoconciencia: el más antiguo se remonta a mi pubertad, cuando estudiaba en la escuela secundaria –tendría 12 o 13 años de edad– y mi gusto por la poesía me había dotado de cierta habilidad para componer acrósticos. En ese entonces, a la hora del recreo, cambiaba mis servicios de poeta por las tortas que llevaban para almorzar mis compañeros: los acrósticos los definía, por supuesto, el nombre de las niñas más bonitas de la secundaria y yo, como un Cyrano de Bergerac imberbe, veía con tristeza las conquistas amorosas a las que contribuían mis palabras, pues yo, salvo la referida torta, nunca pude sacarles ese beneficio personal por el que moría entonces. Escribir poemas por encargo convivía con mi necesidad de escribir para mí, de deleitarme con mi amargura, con mis primeras incursiones filosóficas para explicarme el porqué del mundo y el sentido de la vida. Este poetizar amargo me acompañó durante muchos años de manera ininterrumpida y fue, tal vez, cuando más escritor me he sentido en mi vida: cuando más seguro, cuando más cierto estuve de ser un ciudadano de la palabra. Terminaba un poema y, así como las personas pragmáticas golpean el piso con un martillo y dicen: Esto es la realidad, yo estampaba la mano sobre la hoja de un poema y decía: Ésta es la realidad. Ese tiempo se extendió hasta que cumplí 22 años, edad en la que terminé la última versión de mi poemario Los sótanos de Babel. Luego entré en un receso filosófico que se extendió por más de una década. Me volví un profesor de filosofía y, aunque nunca me aleje de la lectura literaria, no hacía más que escribir reflexiones filosóficas: las imágenes dieron paso a los argumentos, y a lo único que aspiraba, entonces, era a entender: a entender el Ser y mi razón de ser en el mundo y al mundo. Redactaba mis clases, mis conferencias, mis reflexiones y vivía consagrado a la exégesis de las obras de los principales filósofos.
A veces me sentía un poeta jubilado y me entraba la nostalgia; una nostalgia que me hizo bifurcar mi actividad docente: por un lado impartir la materia de Ontología, que siempre he dado y, por el otro, comencé con un seminario de literaturas de vanguardia en el que me encontré con Marinetti, con su Mafarca el futurista, con sus desplantes de megalomanía literaria, con su reto a las estrellas y, luego con los dadaístas y con los surrealistas y, de pronto, mi seminario se convirtió en una clase dadá, donde en vez de la disertación académica, comencé a llevar pinturas hechas por mí: mi autorretrato para que diera la clase o un cuento escrito a base de onomatopeyas que comenzaba con el ring del despertador y continuaba con todos los ruidos de un hombre rutinario que luego de despertar y hacer todo lo necesario para llegar hasta su salón de clases en la universidad anunciaba que iba a leer un cuento con onomatopeyas en su seminario de literaturas de vanguardia.
Ese curso dadaísta (no sobre dadaísmo) comenzó el desmoronamiento del acartonado profesor de filosofía en el que me había convertido y un afán por recuperarme no como escritor, sino como ser humano libre y rebelde: vivo. Este ánimo llevaba cuando, a los 33 años, llegué a Madrid como estudiante del doctorado en filosofía y, por supuesto, dicho membrete solo era el pretexto para escaparme de mi circunstancia, pues el proyecto que realmente me desvelaba, además de un amor recién estrenado, eran unos materiales con los que quería escribir una novela: El futuro no será de nadie, novela que por cierto no escribiré nunca. Y fue en Madrid, en la plaza llamada la Puerta del Sol, donde por razones de estricta subsistencia, escribí con una tiza en el piso un poema monovocálico: mi primer lipograma: “Concierto para vocal sola.” Ahí y así, mendigando con un poema escrito en la banqueta volví a nacer como escritor.
La tercera y última vez ocurrió cuando volví a México, a mi cubículo en la Universidad, a mi rutina de docente. Y en esta ocasión, también renací como escritor: la literatura me sirvió para sobrevivir, pero no ya económicamente, sino para sobrevivir a la sequedad, a la monotonía, a la estrechez, al hartazgo de la vida académica. Y, ahora sí, en el año de 1986, con un propósito claro: asumiéndome como escrito y con un proyecto literario propio, comencé mi columna de periódico denominada “Ucronías”: eran cuentos fantásticos disfrazados con los distintos géneros del periodismo: reportaje, entrevista, nota de opinión, etc. Desde entonces siento que soy escritor y, aunque he publicado centenares de cuentos y en mi bibliografía figuran 20 libros, nunca he vuelto a sentir aquella certeza con la que me sentía vacunamente satisfecho en mi adolescencia.

EG: En sus publicaciones entre novelas y cuentos cómico-eróticos hay también ensayos filosóficos. ¿¿Usted los considera separadamente uno como gozo y otro como trabajo, o existe una relación entre ellos? Si existe una conexión, ¿¿cuál es?

Ó de la B: Para mí escribir en cualquier género puede ser un placer diáfano o una tortura gozosa; la sensación que me provoca escribir no guarda ninguna relación con el género, sino con la suerte con la que un día particular, o una temporada larga, me reciben las palabras. Podría creerse –por mi respuesta anterior– que guardo una relación conflictiva con la filosofía y, en consecuencia, que me muevo con más facilidad en la literatura. La verdad es lo contrario: el ensayo filosófico se me facilita y, en cambio, una sola página de novela o de cuento puede costarme una semana entera de 4 horas diarias ante la computadora. Una anécdota ilustra dicha afirmación: desde hace cuatro años arrastro la que será mi cuarta novela, su título provisional es No era amor ni era nada; “arrastro” no es una palabra que use a la ligera, sino con toda la conciencia de que en su campo semántico están “fardo”, “invalidez”, “peso lastimero”, etc. Cuatro años arrastrando esa novela sin poder ir más allá del Capítulo 7; nueve intentos distintos para contar esa parte de la historia sin que ninguno me dejara complacido, nueve intentos que encallaban en la imposibilidad, en la inverosimilitud, en la cursilería que no puedo permitirme, pues en esta novela me he propuesto contar, nada menos, “el amor feliz”, ese del que siempre se ha dicho que no tiene historia. Fueron días, meses de hacer y deshacer y, muchas veces también, de no poder ni hacer, pues antes de que las palabras quedaran asentadas en la escritura, quedaban deshechas en mis manos. Esta etapa, de la que por fortuna ya salí (estoy felizmente en el Capítulo 9), me resultó tan torturante que empecé dos proyectos: un Diccionario en el que las palabras más interesantes del español fueran definidas con un latigazo de sarcasmo y de ingenio (voy a la mitad), y otra obra: La rebeldía de pensar, un ensayo estrictamente filosófico, que se publicó hace un par de meses.
Evidentemente se me facilita más el ensayo, e incluso el aforismo, que la narrativa, al menos que dicha novela. Ningún género es para mi trabajo, pues siempre se trata de una aventura de búsqueda: lo mismo cuando me embarco en la imaginación que cuando me adentro en la reflexión: me gusta imaginar y me gusta pensar.
Esto último me lleva a la segunda parte de tu pregunta: sí hay una relación entre el escritor y el filósofo. Definitivamente sí. No es una relación mecánica como entre la literatura y la filosofía de Jean Paul Sartre: La nausea es la versión popular de El existencialismo es un humanismo o de El ser y la nada. Pero sí hay una relación: el escritor que soy se ha pasado mucho tiempo dando de vueltas en torno a los asuntos centrales de la metafísica: por qué hay ser y qué sentido tiene la existencia, y precisamente por eso: por el desconsuelo de haber visto “los ojos del abismo” –como dice Nietzsche– es por lo que mi escritura está barnizada de humor negro, de desfachatez y de erotismo. Ante el absurdo que para mí es la existencia solo me parecen pertinentes estas respuestas: la risa, el desenfado y la sensualidad. Mi ánimo esta invadido por la certeza posmoderna de que todo es relativo y sin fundamento: este mensaje es manifiesto en cada uno de los títulos de mis libros.

EG: En su variada producción están también unas crónicas, genero muy difundido en México. ¿¿Qué relación tiene con este modelo de literatura?

Ó de la B: Yo no hago crónicas, sino ucronías: no soy reportero del mundo, sino reportero de mi mundo interior. Esta diferencia es decisiva, pues, la crónica, género periodístico y por lo mismo al servicio de la veracidad, es un testimonio novelado de lo que sucede; con ella se dejan elementos para reconstruir un hecho histórico. La ucronía, en cambio, aparenta ser crónica por los disfraces genéricos que usa: el reportaje, la entrevista… Pero es sólo una simulación para conseguir el efecto de transformar la verosimilitud en veracidad. Con las ucronías lo que he pretendido es engañar al lector, hacer que admita como reales unas historias que sólo han tenido existencia en mi imaginación. Las ucronías no son tampoco lo que hacen muchos pseudo periodistas al servicio del poder. En México, y en todo el mundo, mucha gente de los medios maquilla los datos e incluso los deforma para servir a los intereses de alguien y obtener así prebendas o dinero. Mis ucronías no, porque, en todos los casos, el contenido informativo de las ucronías es absolutamente delirante. Por ejemplo: la denuncia de una estación radiofónica que en lugar de transmitir en las ondas hertzianas, lo hace en la frecuencia de las ondas telepáticas… Una enfermedad llamada Sertes que los galenos no consiguen identificar y que no es otra cosa que la irrupción de la personalidad de algún antepasado debido a que la memoria genética de los seres humanos actuales ya no tiene más capacidad y comienza a desbordarse… El descubrimiento, gracias a la computación, de que en los bancos millonarios de huellas digitales hay repeticiones y el manejo que de ello hacen los abogados defensores de los asesinos convictos… Crónicas de lo que pudo haber sucedido, no de lo que sucedió realmente, o sea, ucronías.
Más de diez años en el periodismo, con tres o cuatro entregas semanales, produjo un repertorio amplísimo de ucronías que he rescatado, en parte, en mis libros: Ucronías, La ciencia imaginaria, Asalto al infierno y en mi reciente antología personal, Instrucciones para destruir la realidad.

EG: Para usted es una prioridad divertir al lector, y sin duda alcanza su objetivo. Pero, además de esto, parece que usted mismo es el primero que se divierte con sus creaciones literarias...

Ó de la B: Efectivamente, cuando escribo me divierto porque, literalmente, asisto al espectáculo de lo que voy contando: las escenas se encienden en mí fuero interno y las vivo. Esto hace que en muchos momentos suelte la risa antes de que la escena quede fijada por las palabras. Soy el primer lector de lo que escribo o, más bien, quien primero vive lo que ocurre en mis cuentos o novelas. Cuando digo que vivo lo que voy escribiendo, no lo afirmo en un sentido figurado, sino que realmente estoy ahí, y mis personajes hacen ante mis ojos lo que luego intento contar con palabras; con las palabras precisas para provocar en el lector lo que ellos, mis personajes, han provocado en mí por mirarlos desde donde los miro. En mi libro Asalto al infierno hay un cuento: “El club de las amazonas” en el que, creo, he logrado explicar, mejor que en ninguna otra parte, la fuerte vivencia que es para mí escribir y, por lo tanto, el porqué elijo historias divertidas y fantásticas, pues, como literalmente las vivo no me gusta meterme en historias que me duelan o, al menos, procuro evitarlas. Hace unos años me pidieron para una revista un cuento con el tema del secuestro, empecé a hacerlo y, a la mitad, lo dejé horrorizado.

EG: ¿¿Cuáles autores han influido principalmente en su particular manera de hacer literatura? Y, ¿¿con cuáles escritores contemporáneos siente mayor contacto?

Ó de la B: Me es difícil distinguir entre la mezcla de autores que he leído a aquellos que me dejaron su impronta. Creo que todos, incluidos los malos escritores, han puesto en mí su grano de sal. Sin embargo, hay unos que por las circunstancias específicas supongo que resultaron fatídicos en mi formación: el primero fue Antonio Plaza, un poeta mexicano maldito, de principios del siglo XX, a quien durante todos los días de mi infancia (de los 6 a los 9 años) leía en voz alta para divertir a mi madre que estaba paralítica; a ella le hacía mucha gracia oír, por ejemplo: “Me hizo nacer la suerte maldecida,/ de sombra y luz conjunto inexplicable./ ¿Qué oculta mi corteza despreciable?/ Arde un alma grandiosa y descreída./ Llevo en mi frente, do la audacia anida,/ un mundo de ilusiones implacable./ Soy, en fin, un misterio impenetrable/ que se agita en el sueño de la vida”. O también, esa cuarteta que fue el inicio de mi ateísmo: “Si siempre he de vivir en la desgracia,/ ¿por qué, entonces, murió por mi existencia./ Si no quiere o no puede hacerme gracia,/ ¿Dónde está su bondad y omnipotencia?” Otro autor, de quien leí prácticamente todo en mi adolescencia, fue Giovanni Papini. De hecho, hace poco me pidieron que prologara Gog para una edición en español y, al releerlo, me lleve una sorpresa, pues me pareció que esas pequeñas historias que Papini dice haber encontrado en el diario de Gog son profundamente parecidas a mis ucronías: no las ideas ni la estructura; pero tienen algo así como un parecido de familia: breves, desconcertantes y, sobre todo, casi verdaderas, pues bien habrían podido suceder. Otros autores que me dejaron deslumbrado durante mi primera madurez fueron Julio Cortazar, Gabriel García Márquez (sobre todo con El otoño del patriarca), Miguel de Unamuno (sobre todo con la novela Niebla, donde aparecen juegos muy parecidos a los de Pirandello) y una novela que como ninguna me enseño que todo se valía: Griego busca griega de Fiedrich Dürrenmatt. Y cómo olvidar a Anatole France o al brasileño Jorge Amado.
Actualmente los autores con los que más vinculado me siento o, por lo menos, a quienes no me canso de releer son: Ítalo Calvino y Joseph Roth.

EG: Ha dicho que para usted el lenguaje es algo innatural y que experimenta con él para crear a través de la palabra un nuevo mundo; además, en sus obras a menudo cambia el registro lingüístico. ¿ ¿Cuál es el elemento común que no debe faltar en su lenguaje literario para que se plasme este mundo?

Ó de la B: Me resulta muy difícil precisar el elemento literario que no debe faltar en mi lenguaje: sólo sé que me propongo no decir como cualquiera podría decirlo o como yo mismo ya lo he dicho; sólo sé que siempre busco una forma nueva de decir que permita que el lenguaje se sienta: el caso más claro es el de Las vocales malditas, pues en esos cuentos el lenguaje se mantiene todo el tiempo presente como un estorbo; pero la misma intención mantengo en mis otros textos, pues siempre busco una forma rara de narrar. Sin embargo, más allá del lenguaje hay otros elementos que también procuro mantener: la visibilidad es uno se ellos; puedo hacer los experimentos más arriesgados o más enrarecidos; pero lo que jamás pongo en peligro, o al menos eso intento, es la visibilidad: me interesa, sobremanera, que las palabras permitan al lector ver lo que cuento. Para mí una literatura que no trasporte a un mundo visible, podrá tener todos los valores que se quiera; pero me cansa. Por ejemplo: el servio Milorad Pavic; he leído principalmente dos de sus obras: Diccionario jázaro y Paisaje pintado con té; reconozco que son fascinantes, que las imágenes son absolutamente originales, que nunca he encontrado nada más poético; pero, no obstante, me cansa; no soy capaz de seguir la trama; me siento enfrentado a un bombardeo poético y puedo resistir 5 o 10 páginas antes de empacharme; en cambio, por ejemplo, Jorge Amado, con su novela Doña Flor y sus dos maridos me trasporta a un mundo visible, tangible, oloroso, sensual y no puedo despegarme del libro, me quedo horas y horas leyéndolo. La visibilidad es, pues, muy importante para mí y, también, el humor. El humor no es algo que le exija a los autores que leo, es algo que me sale al paso a mí, aún sin proponérmelo; es el resultado de una reacción natural en mí: un gusto por desacralizarlo todo, por romper la lógica de la seriedad para que se revele la faz absurda de cualquier cosa. Y hay otro elemento: el interés que ha de poseer lo que escribo. Dado que este mundo me fastidia profundamente, procuro que el mundo que levanto con mis palabras no sea éste, al menos no lo sea por el lado desmayado de la vida, por el lado descolorido de las personas que lo atestan. Yo busco un mundo más intenso, un mundo más vivo; de ahí que también me importe que sea interesante. Visibilidad, humor e historias interesantes creo que son los ingredientes que me esfuerzo por mantener, además de la experimentación con el lenguaje.

EG: Usted se autodefina un lector diletante, que lee sólo lo que le gusta... ¿¿De acuerdo con cuáles criterios elige sus lecturas?

Ó de la B: Ciertamente, jamás me he impuesto un plan sistemático de lectura. Ni siquiera leo los libros o los autores de moda que resultan obligatorios para poder socializar en el mundo de los intelectuales de México. Para mí la lectura es un placer personal y, como tal, es caprichosa, responde a mi ánimo mudadizo, a circunstancias completamente azarosas. Sin embargo, no leo sólo lo que me hace feliz o me pone contento; leo todo aquello que me mantiene asombrado, que me sacude, que consigue despertar en mí un vivo interés por lo que va ocurriendo, o por el asombro que me causa el como se va contando. Me gustan las historias interesantes y visibles al margen de su tono emocional. Y me gusta también leer libros de ciencia. De hecho, desde hace varios años me he convertido en un lector, sobre todo, de textos de filosofía de las matemáticas: esas obras me resultan fascinantes y sus autores, más imaginativos que los más fantasiosos literatos y, además, generalmente poseen una claridad que me emociona.

EG: Ha reclamado a los nuevos escritores falta de imaginación, pero no es común tener una fantasía como la suya... ¿¿Cómo nacen sus historias y qué le inspira?

Ó de la B: Existe la antiquísima idea de que “nada hay nuevo bajo el sol”; esta frase emblemática viene en la Biblia, en el libro de El Eclesiastés que normalmente se atribuye a Salomón. De hecho, se piensa que todos los temas ya están en la Biblia y que a los escritores nos corresponde, simplemente, ensayar frente a ellos nuevas formas, maneras distintas de contar lo que ya está contado. Yo no estoy muy seguro de que esta creencia sea cierta, pues aunque, en efecto, en la Biblia aparezcan el amor y el odio, la envidia, los celos, la rebeldía o la traición; el amor y el odio, y todo lo demás, no son lo mismo en las distintas épocas. Yo suscribo la tesis de que el hombre es un ser histórico porque todo lo que toca lo historiza y no me parece, por ejemplo que el amor de hoy sea el mismo que el amor de entonces: creo que Salomón ni con toda la sabiduría que poseyó, haya tenido la más remota idea de los swingers o del poliamor. Y también creo que el torrente de inventos con el que se ha ido inundando la civilización modifica hondamente las relaciones humanas: de nuevo, Salomón ni con toda su sabiduría supo nada acerca del Internet ni pudo siquiera sospechar que hoy la gente iba a enamorarse por E-mail. Esto hace que tengamos la suerte generacional de estrenar mundo y de que podamos no sólo rescribirlo todo, sino escribirlo todo. Donde más se nota la torpeza de los escritores para asumir este reto es, paradójicamente, en la ciencia ficción: enrarecen el mundo con parafernalias tecnológicas, pero mantienen intactas las emociones humanas; por supuesto, no todos los autores.
Mi queja, que no es otra cosa, se endereza contra aquellos (y son legión) que se amoldan a un estilo que ha probado su éxito comercial y repiten esa fórmula hasta la exasperación. Un ejemplo que me queda cercano por razones geográficas es el realismo mágico: Juan Rulfo y García Márquez abren esa veta; Isabel Allende cambia las mariposas amarillas por las mariposas azules y, luego, viene una camada que en México se denomina: “los maconditos.” También es bueno recordar a Flaubert; él destrona al personaje epopéyico y clava su escritura en la historia de una mujer común y corriente: desde Madame Bovary cualquier persona puede volverse personaje y ser novelada. Esta literatura me harta, no la de Flaubert, sino la de quienes se sienten autorizados por él para contar de su tía o de su vecino. Si a esto se añade la epidemia de talleres literarios que se ha desatado en el mundo y que hace que todas las personas traigan bajo el brazo la novela de su propia vida. Este fenómeno, aclaro no imputable a todos los escritores, es el que explica mi queja y la razón por la que hallo en los libros de ciencia contemporánea más imaginación y mas vuelos.
¿Cómo le hago yo?, me preguntas, pues no escribiendo lo que primero se me ocurre; antes de ponerme a hacer un cuento, desarrollo mentalmente 4 o 5 historias que podría escribir. Si ninguna de ellas me gusta realmente, hago otra serie de cuentos posibles. A veces, lo debo confesar, vuelvo al primero, pero a veces, también, es el octavo el que sí escribo. El caso es no darle la dignidad de la escritura a lo primero que se me ocurre sin probarme que vale la pena, al menos comparativamente. Este ejercicio se me ha vuelto un deporte y, por eso, he llegado a pensar que la imaginación es un músculo que se ejercita. Creo tener, además, una mirada extraña que no sé porqué apunta en una dirección determinada. Esta facultad me la enseño mi hijo Ulises cuando era muy pequeño: íbamos por la calle y nada le importaba, era como si todo le pasara inadvertido; pero, de pronto, focalizaba su atención en un perrito que iba a diez automóviles delante de nosotros y del que sólo podía verse una oreja o el rabo. Creo que eso es lo que me pasa: mi mirada cae siempre en aspectos que a los demás pasan inadvertidos. Esta esa también es la clave de mi imaginación.
¿Cómo nacen mis historias y qué me inspira? Creo que, precisamente, de ese ángulo desde el que miro. Te explico un caso: hace mucho tiempo estaba con la vista perdida en un café público, llevaba horas buscando una anécdota para contarla y hacer una ucronía. No se me ocurría nada, era de esos días en los que uno se siente como Prometeo: saqueado por el buitre del periodismo. Comenzaba a malhumorarme por estar perdiendo el tiempo y me dije: En esa esquina que miro desde aquí tiene que haber una historia: los autos se detenían por la luz roja del semáforo y luego volvían a avanzar. Comencé a analizar el hecho: no había nada digno de ser contado: los automovilistas tenían un rostro inexpresivo; lo más sobresaliente fue que un conductor se hurgó la nariz con los dedos, en fin, nada que valiera la pena. De pronto comencé a imaginar que a ese crucero sólo llegaban automóviles de un mismo color: primero todos azules, luego todos rojos y a continuación, amarillos. La coloración de la calle variaba a consecuencia del reflejo monocromático que despedían los autos: ahí estaba la historia: recuerdo su génesis porque me costó muchísimo esfuerzo. A continuación me imaginé a mí mismo en la calle, coloqué junto a mí a un transeúnte que me advertía la extraña coincidencia y, luego, la uniformidad llegaba al clímax: en un vagón del Metro me impedían la entrada un grupo de hombres que iban todos vestidos de traje café y con sombrero hongo: mi vestimenta no correspondía con la de ellos y, así, cada vagón traía personas uniformadas; lo demás de la historia fluyó solo.

EG: Usted ha afirmado que detrás de cada cuento de Dios sí juega a los dados está oculta una teoría científica; por ejemplo los principios de la entropía en Las esquinas del azar y la teoría del lenguaje lógico en El paraguas de Wittgenstein. ¿¿Qué está escondido detrás de los demás cuentos del libro, sobretodo en La infancia interminable y en Carta de amor a quien corresponda, pero no solamente?

Ó de la B: Es cierto, los cuentos que integran Dios sí juega la los dados tienen ese elemento común: una teoría científica o filosófica, o una teoría cualquiera, como fondo. “Carta de amor a quien corresponda”, por ejemplo, la hice teniendo en cuenta la teoría de Aristóteles de la sustancia. Esta afirmación puede parecer un disparate, pero veámosla con cuidado: ¿qué se cuenta en esa historia? El amor tardío de un viejo hacia una joven, aparentemente sí, pero lo que se cuenta es lo esencial del amor: ¿qué hacen los personajes? Él arriesga su vida por salvar la de ella en el incendio de un cine, ríen; hacen el amor, vuelven al cine más con la esperanza de encontrarse en medio de otro siniestro, de otro peligro que los renueve, que los saque de la cotidianeidad en la que fatalmente zozobra el amor, pues, al cabo de un tiempo están tan asociados que, incluso, en el café de chinos a él le preguntan por ella: el amor de esta pareja es sólo la esencia del amor, intención revelada en el título del cuento. Y por eso el nombre de ella, su domicilio, su teléfono, todo lo que podría servir para identificarla no aparece: las particularidades del amor son lo accesorio, lo accidental, para decirlo en términos aristotélicos. Así, si recordamos que para Aristóteles el ser por antonomasia es la sustancia y solo en segundo lugar se dice de los accidentes, entonces, se entenderá que lo que hice en esta historia fue contar lo sustancial del amor sin los accidentes. Cuando en el lector lee el final del cuento comprende que ha leído una carta de amor a quien corresponda y siente –espero que sienta – nostalgia. ¿Nostalgia de qué? ¿Del amor de dos personas de las que no sabe ni sus nombres? No, más bien, nostalgia por el amor a secas: por lo esencial del amor.
¿Qué hay detrás de “La infancia Interminable”? Obviamente, no el complejo de Peter Pan: el niño de esta historia no es la metáfora de alguien que no quiere crecer, sino quien padece el hecho puro y simple de mantenerse al margen del tiempo. Aquí hay una teoría que no tiene prosapia, que se me ha ocurrido a mí, aunque, de hecho, muchos la han pensado o deseado antes: considerar que dada la mala factura del cosmos bien podrían existir en él algunas lagunas en la racionalidad; por ejemplo, tengo otro cuento en el que la entropía, la tendencia al desorden, no rige en una zona del universo, en una cueva de las grutas de Cacahuamilpa, uno puede dejar a medias cualquier cosa y cuando vuelve, al cabo de un tiempo, en vez de encontrarla más ajada y más descompuesta, se la encuentra mejor: mas perfeccionada. Esta teoría de “la no universalidad de las leyes del universo” es la que me permitió construir este personaje por quien no pasa el tiempo. Y es que, a veces, se me ocurre que todas las leyes de la ciencia: esas formidables generalizaciones, no han sido probadas de manera exhaustiva y su carácter universal depende de la inducción, ese brinco que va de la experimentación con unos cuantos a la presunción de la totalidad. ¿A quien le consta que el agua, toda el agua, hierva a 100 grados centígrados al nivel del mar? Se acepta porque se cree que el universo es racional; ¿pero, será racional el universo? Entiendo que esta pregunta establece una sospecha que puede parecer muy extraña; sin embargo, no me he valido de ella para hacer filosofía, sino cuentos. Esta misma “teoría” esta en el fondo de la historia llamada “Mi nevermore”, sólo que en este caso el tiempo no se detiene, sino que se apresura para facilitarme cometer una venganza personal.
De hecho, conviene decir que este procedimiento no es del todo una novedad: escribir una historia teniendo como fondo otra historia o una teoría científica son estrategias practicadas por Faulkner en El sonido y la furia o por Joice en Ulises o por Calvino en las Cosmicómicas y en Tiempo cero. El propio Calvino toca el tema en la conferencia sobre “La multiplicidad” en sus Seis propuestas para el próximo milenio.

EG: El sexo es un elemento más o menos presente en sus novelas y cuentos. Ha sido definido un pornógrafo, con respecto a esto, ¿¿qué piensa?

Ó de la B: Me da risa. El mote de “pornógrafo” guarda una relación directa con la ideología de la persona que lo usa. No se refiere a ninguna característica presente en el texto, sino a la reacción que se produce en la conciencia de quien se enfrenta al texto. Dicho en otras palabras, es una mera calificación dictada por una moral particular. El texto es erótico o no lo es: eso sí está en el texto. En cambio, los términos con los que se califica ese carácter dejan ver más de la persona que juzga que de la obra. Por ejemplo, si se hiciera una prueba consistente en colocar a una mujer o a un hombre cubiertos por una cortina y ésta fuera subiendo, habría quienes gritarían pornografía cuando la cortina llegara a la pantorrilla, otros, cuando estuviera a la altura de las rodillas, otros cuando se viera el vello púbico y otros más, nunca. Hoy se habla de la sutileza, de la capacidad del artista para sugerir y se considera pornografía lo explícito; sin embargo, no hay novela más sugerente que Madame Bovary y, no obstante, cuando se publicó en 1857, el pasaje en el que Emma Bovary recorre en un carruaje las calles de París con el abogado León fue motivo para que emplazaran a Flaubert a un juicio por faltas a la moral, y eso que en el texto no aparece otra frase más que la indicación al cochero de que siga adelante por las calles.
Hoy, como entonces, lo erótico –y como seguramente sucederá hasta que ese aspecto absolutamente normal y natural en la vida sea visto como lo que es y no como lo que algunos creen que debe de ser– es calificado por algunos como pornografía. A mí por eso me da risa pues sólo tiene que ver con la altura de la cortina de la que hablábamos. En mis obras aparecen “muchas” escenas de sexo, es verdad; pero por la sencilla razón de que en la vida aparecen muchos momentos de sexo y más si uno se dedica, como es el caso de los personajes de mis novelas, precisamente a eso.

EG: ¿ ¿A cuáles de sus cuentos está más vinculado, y por qué?

Ó de la B: Los cuentos reunidos en Las vocales malditas me resultan particularmente entrañables y se debe, al menos, a un par de razones: son los que más esfuerzo me costaron y, dado que representan un reto de enorme dificultad, el haberlos resuelto me reconcilia conmigo mismo: son mi proeza; si fuera alpinista representarían mi Everest. Hay otros cuentos que me son entrañables: “Páginas de mi diario”, de Dios sí juega a los dados, pues en éste logré retratar una vivencia muy íntima: mi nostalgia cada vez que mi hijo Ulises volvía, después de una temporada conmigo, al lado de su madre, y algo similar me ocurre con “Un recuerdo no se le niega a nadie”, de La risa en el abismo, en él cifré, a mi manera, lo que Pablo Neruda dejó inmortalizado en su Poema 20. Y, finalmente, los que más me gustan, porque en ellos, me inventé como personaje, son los que están reunidos en Asalto al Infierno. En esta obra, el personaje se llama Óscar de la Borbolla y, por supuesto que no se parece a mí, al yo que soy en la realidad; pero ese personaje pícaro-ingenuo, completamente irresponsable: “valemadrista” le llamamos en México, divertido, leve, aventurero es quien me habría gustado ser y a quien, conforme pasa el tiempo, creo que me voy aproximando, pues a medida que más entiendo que no entiendo nada, a medida en que el absurdo deja de ser un concepto filosófico para convertirse en la forma inmediata en la que capto todo, voy comprendiendo que la actitud de ese personaje implica la respuesta que más congruente con el sinsentido de la vida.

5 comentarios:

  1. Sr. Oscar de la Borbolla:

    Me encontré esta página por casualidad y decidí inscribirme. La razón de lo anterior es para decirle que soy un admirador de su obra; he leído algunos libros suyos y el que más me ha gustado es el de "Ucronías".
    Quisiera saber si puedo, por este medio, comunicarme con usted. EStudié Letras Hispánicas y me interesa el oficio, la carrera o como se le pueda llamar, de escritor.
    Espero su respuesta.
    Gracias.

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  2. Estimado Rosalío, me da gusto saber que te gustan mis Ucronías y si quieres entrar en contacto conmigo escríbeme a mi mail:
    oscardelaborbolla@gmail.com
    un saludo.

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  4. Encantada de encontrar nuestra entrevista en la red. Espero que todo le vaya muy bien. Un saludo,
    Elisabetta Garzia

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  5. Oscar de la Borbolla,

    He de reconocer que no he tenido el agrado o desagrado de leer alguna de tus obras, sin embargo reconozco que he tenido el placer de escucharte debatir sobre diversos temas en proyecto cuarenta con Andres Roemer. Me diviertes y me generas ideas, por lo cual, agradezco tu participación en ese espacio televisivo.
    Saludos y espero leer una de tus obras pronto.

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