martes, 7 de julio de 2009

Asalto al infierno, por Marco Antonio Cuevas Campuzano



Por Marco Antonio Cuevas Campuzano

Hablemos de la realidad: El mundo, tal y como es concebido individualmente, se basta para plantear situaciones cuya observación minuciosa da pie a la construcción de eslabones que, entrelazados, dotan a un periodista de la materia prima para la realización de reportajes extraordinarios que desafían el prejuicio establecido de la lógica. El mundo real es así: absurdo, relativo, ambiguo e ilógico (claro, salvo las excepciones inmersas en la abstracción de las leyes indiscutibles de la física, la matemática, la química, la astronomía, etcétera).Para el periodista Óscar de la Borbolla (1966), la transgresión que realiza de la realidad para insertar en ella quimeras que sin embargo guardan un prurito de proporción con la misma, es un acto consciente que busca a toda costa una reacción de un público que al mismo tiempo se refleja y está contenido en estos escritos.El germen de esta obra se encuentra en una palabra que el autor utiliza para referirse a "un mundo paralelo a éste, un territorio donde cualquier cosa es posible": la ucronía. Y la esencia de esta palabra es, a su vez, referencia directa de una denuncia, personal primero, y después colectiva, contra los medios masivos de comunicación; esos gigantescos generadores de violencia, crimen y falsas palabras. Entonces, lo que el periodista pretende es "destruir la realidad, esa realidad que en nuestro tiempo es la única que propiamente existe"; es decir, combatir, por medio del reclamo y la crítica, la mentira y el decorado que parecen ser los únicos patrones de medida para las relaciones, pragmáticas y banales, de los seres humanos en sociedad. Así, la ucronía es el conducto por el cual el periodista ejerce su derecho de libertad de pensamiento y de palabra, y es el método por él revelado como vocación profesional y que ha dado sentido a su vida... Pero en los hombres se deben juzgar las acciones, los hechos, y no la ideología o las palabras.Las ucronías que constituyen Asalto al Infierno observan gran semejanza con la columna periodística, en lo referente al preámbulo que Óscar de la Borbolla hace para introducir al lector en su relato. Y mientras las historias se debaten, fantaseando, en el perímetro de la realidad, la virtud de la ucronía se halla en el terreno de la originalidad para plantear la cuestión del paradigma de un mundo que destruye por completo el tiempo y el espacio verdadero y los vuelve inverosímiles.El autor se apoya en un tono de reflexión constante que nos conmina a desligarnos del mundo concreto para instalarnos, de una buena vez, en el trajín de un universo de imaginería superflua. Una constante en las historias de Óscar de la Borbolla es que lo ilógico adquiere coherencia de manera muy natural. Pero todo lo que aparentan ser las ucronías lleva un trasfondo propio, el cual, para ser descifrado, requiere de leer entre líneas.Al leer Asalto al Infierno, se tiene la viva sensación de haber sido testigo de las aventuras de un personaje de historieta de dibujos animados, al que todo termina saliéndole, si no conforme a lo planeado, de cualquier modo bien. El alto grado de insolencia y humor negro de estas historias provoca una irascible reacción en el lector, pues lo que soportamos con mayor dificultad es vernos inmersos en un juicio a nuestra propia persona, y cada hoja de este libro se esmera en juzgar a quien lo lee. No será extraño escuchar reproches para el periodista por esa pretendida pose de sabelotodo impertinente que se esfuerza en plasmar en cada frase u oración. Sin embargo, y a pesar de que los medios hagan dudar de la infalibilidad del fin, para encarar esa ardua labor de denuncia pública, no basta con describir al hombre mediante el uso de metáforas y analogías: es menester explicarlo y arrancar de una buena vez ese falso pudor que no nos permite referirnos con "la forma llana del lenguaje" a los actos más profundos, sencillos, tiernos o afectuosos de la naturaleza humana. La imposición de unos "giros poéticos" para encubrir la verdad en las palabras (y en donde lo artístico no tiene nada que ver), es una manera más de mantener el decorado en la comunicación humana.



Fuente: La Jornada Semanal, México 9 de julio de 2000.

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